He estado lleno de cicatrices desde que tengo memoria, desde que vi al primer pájaro volar alejándose de mí desde mi ventana, desde el primer rasguño que me hice cuando caí al suelo mientras huía de aquello que temía, desde que vi por primera vez caer la lluvia como las lágrimas de las personas que amaba, desde que alguien me hirió sin importarle lo que sentía.
Tengo cicatrices desde entonces, desde ayer; emocionales y corporales; todas ellas tan mías, adquiridas en diferentes tiempos y de varias lecciones. Pero ya no duelen, pues una a una las he ido sanando, una a una las he superado y, !carajo!, no saben lo bien que se siente cuando me preguntan: ¿cuál es la causa de esa cicatriz? Y yo contesto con una sonrisa.
Ya no tengo miedo, ya no lloro, ya no caigo en el vacío, ya no caigo en la melancolía, ni siquiera maldigo, al contrario, les cuento orgulloso de todo lo que aprendí de ella, hablo con libertad de todo eso. Y ahí me doy cuenta de que ya he sanado completamente, pues no he derramado ni una sola lágrima al abrirme a hablar de una cicatriz que antes dolía, que mataba y que me hacía ahogarme cada vez que el mar de noche venía.
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